Archivos para junio, 2010

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Cooperar en Darfur (Sudán) no es hacerlo en cualquier sitio. Cuando la cooperación al desarrollo, la ayuda humanitaria o los programas de construcción de paz se llevan a cabo en una zona tan conflictiva como esta, aspectos como la sostenibilidad, la permanencia o la viabilidad quedan a expensas de variables que ninguno de los actores presentes en ese contexto puede controlar en su totalidad.

El conflicto de Darfur es un claro ejemplo de la pluralidad de causas que dan origen a un enfrentamiento armado. En ellas se mezclan la marginación económica y política de la población local, la competencia por los recursos naturales entre los grupos que habitan la región (árabes-negroafricanos, nómadas-sedentarios, agricultores-ganaderos) y el choque ideológico que prima a los árabes sobre las etnias denominadas africanas.

La situación de inseguridad y violencia en Darfur es alargada en el tiempo. La región –situada en la parte occidental de Sudán y con una superficie comparable a la de España- se ha visto influenciada de forma continua por los conflictos del vecino Chad, por la cruzada panarabista de Gadafi y por las desestabilizadoras dinámicas regionales en general. Aunque el inicio del conflicto se marca habitualmente en 2003 –cuando pasa a ocupar más espacio mediático a raíz de los bombardeos por parte del gobierno de Jartum- la región lleva en situación de conflicto ya desde los años ochenta del pasado siglo. El conflicto armado, las tensiones con milicias y gobierno chadianos y la despreocupación gubernamental han sumido a sus habitantes en unos niveles de pobreza e inseguridad alarmantes, hasta el punto de ser definida en 2003 como “la peor crisis humanitaria” -hasta que llegó el Tsunami en 2004-. Además de compartir los negativos datos que definen en su conjunto a Sudán -con algo más del 40% de la población viviendo por debajo el umbral de la pobreza-, en Darfur hay que añadir la sistemática falta de inversión, la ausencia de una mínima base industrial y una acusada degradación medioambiental que la convieten, en resumen, en la zona menos desarrollada de todo Sudán.

A finales de 2004 casi 200.000 sudaneses habían huido a través de la frontera de Chad y 1,6 millones de personas se convirtieron en desplazados internos en Darfur. Según datos de principios de 2009, unas 300.000 personas habían sido asesinadas como consecuencia del conflicto y 4,7 millones dependían de la ayuda humanitaria -sólo en Darfur-, de las cuales 2,7 millones habían tenido que abandonar sus hogares. Se trata de unas cifras que completan un panorama nacional en el que se estima que hay  hay 6,5 millones de personas que necesitan asistencia humanitaria para sobrevivir.

En términos políticos, el conflicto se ha desarrollado bajo el mandato de Omar Al Bashir -convertido en presidente a través de un golpe de Estado en 1989 y que acaba de revalidar su poder con las primeras elecciones celebradas desde 1986, en las que ha obtenido el 68% de los votos, según la Comisión Electoral del país-. Sobre Bashir, no lo olvidemos, recae una acusación formal de la Corte Penal Internacional (CPI) por crímenes de guerra y contra la humanidad; precisamente por su implicación directa en el conflicto de Darfur. Desde su posición de poder, Bashir se ha mostrado crecientemente opuesto a las acciones y organizaciones humanitarias.

El gobierno de Sudán ha buscado siempre minimizar las crisis y conflictos que vive su país -no sólo la que afecta a Darfur, sino también la que durante más de veinte años ha enfrentado al norte y al sur de Sudán-, a través de su evidente control tanto de los medios de comunicación como de la actividad de las organizaciones que operan en él. Con este objetivo, ha procurado siempre ir restando margen de maniobra a las entidades humanitarias internacionales en pro de las nacionales, más fáciles estas últimas de manejar; no necesariamente porque no sean críticas con el gobierno de Bashir, o menos capaces que las internacionales, sino segura y principalmente por el extendido sentimiento de que uno no debe morder la mano que le da de comer.

En marzo del pasado año, por ejemplo, al conocerse la decisión de la CPI de lanzar la orden de arresto internacional contra el presidente sudanés, a éste no se le ocurrió otra cosa que expulsar a 13 organizaciones humanitarias internacionales que trabajaban en el territorio sudanés. ¿La razón?: en palabras del propio Bashir, estas organizaciones eran algo así como “espías” que habían jugado en contra del gobierno durante la investigación de la Corte Penal Internacional. ¿El resultado?: en palabras de la portavoz de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU, más de un millón de personas sin comida y un millón y medio sin atención médica.

Posteriormente la decisión fue parcialmente revocada. De ese modo, mientras que algunas organizaciones -como Oxfam-Gran Bretaña y las delegaciones francesa y holandesa de Médicos Sin Fronteras (MSF)- se quedaron sin permiso para trabajar en Sudán, otras -como Oxfam-América, las secciones española, belga y suiza de MSF y algunas agencias de las Naciones Unidas- han podido seguir activas en el país.

El mayor impacto de esta decisión contra las ONG ha sido -como señalaba Alun McDonald (Oxfam Internacional)- que las asociaciones que han quedado en la zona han tenido que desviar sus programas de desarrollo a largo plazo, como por ejemplo los educativos, en favor de programas de ayuda de emergencia, al mantenerse la violencia en la zona y reducirse el número de organizaciones presentes, para poder atender así las necesidades más urgentes. Todo esto en una región en la que, debido al conflicto y a los cambios demográficos, millones de personas se han quedado asentadas en refugios improvisados, lo que deriva en una imperiosa necesidad para construir infraestructuras básicas, sin olvidar los proyectos a largo plazo, especialmente los educativos y de salud.
La actitud del gobierno de Bashir, utilizando los permisos para las ONG como moneda de cambio o elemento de chantaje, hace que esté siendo casi imposible invertir en esta región con una perspectiva de futuro, preventiva o que simplemente avance y contribuya a la construcción de una paz y estabilidad duradera. Por otro lado, la inseguridad para los trabajadores humanitarios es una constante en el trabajo, mientras se incrementan los secuestros y ataques directos a sus instalaciones y personal, que ha hecho que muchas organizaciones reduzcan su presencia de manera voluntaria.

La realidad es que, hoy por hoy, las posibilidades de trabajo en Darfur se reducen al ámbito puramente humanitario en el campo de la respuesta de emergencia. Por muy necesarias que sean estas actividades, queda claro que no se dan las condiciones para abordar proyectos de mayor alcance.

A pesar de que en los últimos años ha “descendido” la violencia en la zona, los ataques contra personal humanitario, civiles y fuerzas de Naciones Unidas siguen siendo habituales. Sin ir más lejos durante las elecciones presidenciales celebradas del 11 al 15 de abril, los observadores europeos abandonaron Darfur por la “imposibilidad de efectuar su labor en la zona” y el pasado 23 de abril un enfrentamiento entre el ejército del Sur de Sudán y las tribus darfuríes árabes se saldó con 58 muertos y 85 heridos, obligando a interrumpir el suministro de ayuda humanitaria en una de las zonas montañosas de Darfur.

Es así como política y asistencia humanitaria, acaban entrelazándose, en perjuicio de las víctimas de un conflicto que no tiene visos de solución a corto plazo. Tanto las milicias como el propio ejército toman, demasiado a menudo, a los trabajadores humanitarios y cooperantes como enemigos, como elementos molestos que trabajan a favor de una población que los primeros prefieren mantener sometida a sus dictados. La inseguridad hace que las organizaciones se planteen su presencia, los ataques contra los trabajadores hacen que éstos se replanteen también si compensa trabajar en ese terreno o si no será mejor ayudar a los darfuríes desde la sede central de su ONG. Básicamente, tanto la organización como el trabajador expatriado pueden acabar hartos de verse envueltos en una dinámica de violencia que no es la suya, en unas condiciones en las que resulta muy difícil mantener los principios de neutralidad e independencia en la asistencia humanitaria, y mientras aumentan las posibilidades de sufrir violaciones, secuestros y ataques de todo tipo.

Nos queda por ver qué pasará a partir de ahora en Sudán. La previsión inicial es que se celebre el próximo mes de enero el referéndum que debe determinar si el país se mantiene unido o si se produce la independencia de la región sur. Si esto último ocurre, algunos pronostican el fin del conflicto histórico entre el norte y el sur. Otros, por el contrario, sostienen que Bashir no permitirá de modo alguno que el sur -donde se ubican los principales yacimientos petrolíferos de Sudán- pase a otras manos, por lo que anuncian una vuelta a la guerra abierta. Mientras se despeja esa duda, es difícil imaginar que Bashir vaya a modificar su comportamiento con la población de Darfur y con los trabajadores humanitarios y las organizaciones de desarrollo que allí pretenden seguir trabajando.

En esas circunstancias, cabe suponer que la CPI mantenga su orden de arresto contra un presidente reforzado en su poder desde Jartum. Por su parte, no cabe esperar que los gobiernos que apoyan a la CPI vayan a mover un dedo para evitar la expulsión de las organizaciones humanitarias. De nuevo asistimos a un ejercicio de indignación formal de representantes de la ONU y presidentes y ministros de exteriores europeos. De nuevo también asistimos a la decepción de que esa indignación no vaya acompañada de ningún tipo de sanción al gobierno de Omar Al Bashir. De nuevo nos hacemos la misma pregunta, ¿de qué sirve una condena internacional si no va acompañada de sanciones de ningún tipo? ¿De verdad pensamos que al presidente sudanés le importa no poder pisar Europa o Estados Unidos?

La historia se repite demasiadas veces: condenas formales de castigo aplicado contra civiles -como en el caso del bloqueo israelí a Gaza-, mientras se sigue comerciando con el mismo gobierno que condenamos. Como siempre, asistimos al castigo fácil, contra quien no tiene cómo defenderse y no ha tomado ninguna decisión; porque si castigamos a los gobiernos de esos países nos castigamos a nosotros mismos al invalidar acuerdos comerciales o diplomáticos, castigaríamos nuestra cartera –algo impensable-… Mejor castigar a quienes siempre lo han estado, a los nadies -como les llama Galeano-, de Darfur en este caso.

Con este ataque Israel ha reconocido de facto su ocupación de la zona, además de su desprecio a las normas internacionales, abriendo fuego contra un barco situado a 68 millas de las costas de Gaza –la Convención del Mar de la ONU fija en doce las aguas territoriales, además de que las aguas de Gaza no son (ni esas doce millas) territorio israelí-. Ha demostrado asimismo su tendencia al uso desproporcionado de la fuerza, al abrir fuego contra un barco cuyos tripulantes no portaban -tal como muestra en un vídeo el propio Ministerio israelí de Asuntos Exteriores- más armas que tirachinas, canicas y palos de banderas –banderas con sus correspondientes palos, para ser más exactos-.

Turquía –país bajo cuya bandera navegaba la flota- calificó la actuación de Israel de “terrorismo de Estado” y la Unión Europea redactó un texto en el que se recoge la condena formal de la ocupación y el bloqueo a Gaza, además del uso desproporcionado de la fuerza.

El mismo día del ataque hablamos con Manolo Espinar, miembro de la ONG Cultura, Paz y Solidaridad Haydeé-Santa María, y padre de Manuel Tapial, uno de los tres españoles que formaban parte de esta flota y del que no se tuvieron noticias durante horas, debido al corte de las comunicaciones que llevó a cabo Israel. En su última retransmisión desde el barco –preparado para ir informando de toda la travesía- Manuel Tapial informaba de que “ya se acercaban los barcos israelíes”. Nada más a partir de entonces.

Eso era todo lo que se sabía durante la rueda de prensa celebrada en el Ateneo de Madrid a las doce del día 31 de mayo. Mientras intervenía en la misma, el integrante de Cultura y Paz ha podido leer una nota que le trasmitía que el Secretario de Estado para la UE había declarado que los tres españoles –su hijo entre ellos- se encontraban bien.

Merece la pena volver atrás con Manolo para entender el desarrollo de estos días, en los que –como demuestran los hechos ahora- no se ha hablado lo suficiente de esta flotilla internacional. Desde Cultura y Paz se ha estado pidiendo, desde su arranque, una atención y una cobertura “preventiva” por parte de los medios de comunicación, que desgraciadamente no ha tenido lugar –salvando honrosas excepciones, puesto que sí ha habido medios, alternativos en su mayoría, que han otorgado la cobertura que se merecía una iniciativa de este tipo-.

Por otro lado, también se solicitó a la Unión Europea y al Gobierno Español que se revisara la carga de los barcos que componían la Flotilla –para evitar la legitimación por parte de Israel del uso de la fuerza con el argumento de que pudieran portar armas- y la protección hasta las costas de la Franja de Gaza –que se suponen no están bajo control israelí al no reconocer formalmente este país la ocupación sobre la zona-. No tuvieron respuesta. La Flotilla navegó con bandera turca hacia Gaza hasta que esta madrugada toparon con los barcos y helicópteros israelíes.

Aunque desde el principio Israel había mostrado su descontento con esta flotilla, y a pesar de que la última semana su maquinaria propagandista comenzó a ser más fuerte y directa –tachando a los  integrantes de “amigos de Hamás”, que buscaban una provocación política, además de ayudar a la organización terrorista- nunca pensaron –nos dice Espinar- que fuera a llegar tan lejos. Cuando Israel empezó a declarar que no iba a permitir bajo ningún concepto la entrada de los barcos en Gaza, los integrantes de la flotilla, y quienes les seguían desde fuera, si comenzaron a tener mayor preocupación por lo que pudiera llegar a pasar en el encuentro con las fuerzas israelíes; pero, según explicaba Manuel Tapial desde el barco, hasta la última noche no fueron conscientes de la intención israelí.

La notificación formal israelí llegó horas antes de interceptar a los buques: cuando se encuentre a sesenta millas de la costa, el ejército israelí intervendrá. Son doce las millas que se consideran como aguas territoriales, pero como ha declarado un militar israelí, su gobierno tiene muy claro su “derecho a defenderse incluso fuera de su territorio” . En efecto, cuando los barcos se encontraban a 68 millas fue cuando la armada israelí abrió fuego. El resultado del ataque es de 9 personas muertas y entre treinta y sesenta heridas.

En su defensa Israel habla de que los activistas portaban cuchillos, de que hubo intentos de secuestro y disparos contra los militares israelíes. En el vídeo que el gobierno israelí ha difundido no aparecen más que tirachinas y banderas.

Espinar nos ha contado que entre los internacionalistas se encontraban un representante del Vaticano de 90 años, dos diputadas alemanas y una israelí… entre otras muchas personas perfectamente identificables como pacifistas –aunque sean “pro palestinas”-. Personas que difundieron previamente al inicio de la travesía un texto explicando el por qué de esta acción: “porque cuando la comunidad internacional nos abandona, los pueblos tenemos la responsabilidad de actuar”.

Para Manolo Espinar, nuestro gobierno y la UE, “son culpables”. Él mismo fue quien acudió al Ministerio de Exteriores para pedir la supervisión internacional de la carga de barcos, pero sólo le respondieron que viajaban bajo bandera turca. En su opinión, Israel masacra y se salta las normas internacionales porque sabe que no tiene consecuencias: sabe que nada le va a pasar. Matar no le cuesta nada; lo que le cuesta y le duele es la información y por eso ha actuado de esta manera, aunque realmente lo que nos ha venido a demostrar es lo que, por otro lado, formalmente no quiere aceptar: que Gaza es un territorio ocupado y que no cuentan para Israel tratados, derechos ni normas internacionales.

Una de las preguntas que cabe plantearse en este punto es qué hacía Israel disparando contra civiles en aguas internacionales. Aunque también deberíamos preguntarnos si se va a repetir la indiferencia de la opinión pública internacional y la impunidad de Israel ante hechos como este.